Un
día en la vida de Guadalupe
Guadalupe había cumplido 22
años, deseaba poder levantarse tarde, llegar a la mesa y ver un desayuno en la
mesa, no importaba si era sólo un café bien caliente y una pieza de pan dulce,
tranquilamente disfrutaría cada pedazo del pan remojado en café, después se
iría con calma a tomar un baño, de refrescante agua, sobre todo porque ya
empezaban los calores de abril, imaginaba poder estrenar un bote de shampoo de
esas marcas que anunciaban por todos lados y que dejaban el pelo sedoso y
brillante, se llenaría la mano del líquido jabonoso, no importaba que
escurriera, y llenarse el cabello, enjuagarlo, y salir de ahí con apariencia de
ser otra, aquella de la publicidad ¿qué pasaría después? Se pondría ropa nueva
que sus familiares cercanos le hayan regalado para esa fecha que debería ser la
más importante para todo mundo. Y después de cambiarse, hacer un poco de
tiempo, sentarse fuera de la casa para ver el paisaje, o quizá ver pasar a las personas
y tener la oportunidad de decirles que hoy, no era cualquier día, que hoy había
que festejar, y todos estaban invitados. Seguro algún par de ellos aceptaría la
invitación, y para la tarde, cortarían el pastel, hecho del sabor que ella
imaginaba sería el más rico, pues nunca lo había probado, de cajeta. Partirían
el pastel entre esos amigos de paso, tomaría otra taza de café, escucharía las
historias de sus invitados, seguro reirían un rato, notarían lo hermoso que se
vería su cabello y antes de que oscureciera, se empezaría a despedir de ellos
para poder estar un rato en su cuarto, tal vez leyendo, tal vez escribiendo en
su diario, lo magnifico que había pasado su cumpleaños. Pero el reloj sonó la
alarma mientras se frotaba los ojos, era tiempo de levantarse, de mojarse la
cara y cambiarse lo más pronto posible para llegar a tiempo al trabajo, esa
rutina de todos los días que no estaba imposibilitada a abandonar porque no
deseaba dejar de apoyar a su madre, de cuidar de ella, a pesar de que el padrastro
dijera que no debería preocuparse porque él se encargaba de todo. Por supuesto,
no era así, quizá por el contrario, llegará a quitarle algo de dinero del que
le daba Guadalupe a su madre. Le costaba trabajo levantarse, se sentía cansada,
el cuerpo, a pesar de ser delgada decía, le pesaba. Cuando Guadalupe llegaba a
su trabajo, un espacio de venta de accesorios y teléfonos inalámbricos, le
empezaba a doler la cabeza, ella siempre decía que era por falta de alimentos,
que en cuanto desayunara o se tomara algún alimento, se le quitaría. Sus
dolores de cabeza le acompañaban todo el día, y ella replicaba que era por el
trato con los clientes, muchos de ellos eran tan absurdos, insistentes,
groseros, y rápido perdía el control y se irritaba, quizá, pensaba, era el
motivo por el que no sólo le dolía la cabeza, también se irritaba con
facilidad. Guadalupe reconoció con su jefe el día que le entrevistó, que había
noches en que no podía dormir, sentía una opresión en su cuerpo, se le iba el
sueño. Fue el motivo por el que su jefe le pidió que buscara algún tipo de
ayuda, su jefe no podía ayudarla pero sabía por ciertas experiencias de él
conocidas, que lo que Guadalupe vivía no era sólo un problema físico.
El jefe de Guadalupe, le
había dado el día por su cumpleaños, pero ella se había negado “no es para
tanto, es sólo mi cumpleaños” y anteponía que tenía poco de haber entrado a
trabajar, no deseaba deber favores, además ¿Qué patrón es tan amable de dar
días de descanso así porque sí? ¿Y si más adelante se cobra el favor? ¿Y si mi
pide hacer algo que yo no deseo? No, era mejor trabajar como siempre. A su
empleador le pareció un acto de una persona muy responsable y le pareció una
buena actitud hacia su trabajo. Él sabía de la condición económica de
Guadalupe, y eso había influido para contratarla a pesar de que no tenía
ninguna experiencia previa en atención a clientes y de temas de accesorios y de
telefonía en general. Y dado el compromiso mostrado por Guadalupe hacía su
trabajo, el patrón aprovechó para comprar un pequeño pastel y poderlo compartir
con sus otros dos empleados: Carla y Juan. Allí todos eran amantes del café por
lo que les invitó también un café a cada uno, era para él la manera de
agradecerle a Guadalupe su actitud hacia el negocio. Guadalupe cuando lo vio
llegar al establecimiento con el pequeño pastel y los cafés, agradeció el
gesto, pero en sus adentros todo era duda y más confusión ¿Qué querrá? ¿Qué
pretende? ¿No le dirá nada la esposa por estar comprando pasteles a otras
mujeres? Es seguro que quiera lo que todos los hombres quieren, pensaba. Carla
y Juan le preguntaron por su novio, si irían por ella después del trabajo y si
la llevaría a algún lugar “No, no creo, estoy pensando en terminar con él” les
contestó. Guadalupe les comentó del recelo que sentía por el novio, tenía la
sospecha de que era infiel, que mentía, como todos los hombres lo hacen, y que
tarde o temprano, la engañaría. Carla y Juan no le dieron importancia al
comentario, pues Guadalupe lo había comentado de una manera fría, inexpresiva,
tal vez sólo era por hacer charla mientras degustaban el pastel. El patrón
terminó de contar una nueva mercancía y se despidió de ellos, deseándole
nuevamente a Guadalupe lo mejor en su cumpleaños y en la vida “siempre puedes
contar conmigo como un amigo Guadalupe”. No, este se me hace que ya va por otro
lado, pensó. Cuando empezaron sus actividades, entró un señor de unos cuarenta
y tantos años preguntando por el nuevo
modelo de celular, se dirigió a Guadalupe ¿Por qué se dirigió a mí primero?
¿Por qué no fue con Carla? ¿O con Juan que le gustan los hombres? ¿Tengo cara
de puta? ¿De ser fácil? Con cierta molestia lo atendió.
Guadalupe le mostró el nuevo
modelo de celular que les había llegado, el cliente le empezó a preguntar por
las características del teléfono “Dime ¿y que lo hace diferente de los
anteriores?” ¿Qué insinúa? Guadalupe conforme pásame el tiempo atendiéndole,
empezó a transpirar en demasía, era una tarde calurosa pero dentro de la plaza
y el aire acondicionado del local, era llamativo que sudara como lo hacía. Juan
a la distancia observó que Guadalupe además de mojar la playera en la parte de
las axilas, como que temblaba. El cliente estaba concentrado en el nuevo
teléfono. Ella empezó a sentirse fatigada, cansada, tal vez el pastel no lo
haya digerido bien por que comió demasiado, pensó. Juan se acercó para
auxiliarla, le pidió que le ayudará a etiquetar la nueva mercancía, mientras él
se “hacía cargo del cliente” señalo a Guadalupe con sonrisa traviesa. Guadalupe
acepto porque no sentía que pudiera seguir parada en el mostrador por más
tiempo. Mientras etiquetaba empezó a pensar en su madre ¿Dónde estará? ¿Qué
estará haciendo? ¿Y si muere mientras estoy aquí en el trabajo? ¿Qué va
hacer mi madre sin mí? ¿La abandonará mi
padrastro cuando ya no esté? Continuó haciendo su labor y empezó a pensar en el
hecho de encontrarse ubicados en la planta alta de la plaza ¿Y si tiembla en
este momento? ¿Resistirá este edificio? ¿Y si muero? ¿Quién va a cuidar a mi
madre? Carla la miró, había dejado de etiquetar, y se encontraba pensativa, con
la mirada fija en algún punto, tenía el rostro triste. Carla lo único que llegó
a pensar era que seguro por su cumpleaños, la estarían esperando temprano en su
casa, a lo que se acercó a ella para decirle que dejara de etiquetar y se fuera
a casa, el patrón ya le había dicho que si se quería ir más temprano que lo
hiciera “Así que vete a casa a descansar Lupita”. Guadalupe aceptó, se retiró
con cierta prisa del lugar esperando encontrar con vida a su madre o que no
temblara antes de llegar a casa.
Gerardo Aguilar
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